http://www.nuevatribuna.es/opinion/jesus-parra-montero/ilusiones-frustradas-amenaza-insensibilidad/20150920111645120333.html
Desde un punto de vista lingüístico, y con independencia de la definición establecida en derecho internacional, refugiado es aquella persona que se ve obligada a buscar refugio fuera de su país a consecuencia de guerras, revoluciones o persecuciones políticas. Sin embargo, según la gramática castellana refugiado es un “participio pasivo o de pasado”, y pasado es aquello que ya sucedió, que cronológicamente quedó atrás, para distinguirlo de los participios activos o de presente. Si hay alguna palabra repetida en estos días en informativos y artículos es “refugiados”. Es un adjetivo equívoco pues se utiliza como si a los que se refiere hubiesen encontrado ya refugio y sus problemas quedasen atrás, fuesen pasado… ¡Qué inmensa ironía y vergonzante contradicción! Que se lo digan a tantos cientos de miles de desplazados (hombres, mujeres y niños) que huyen de la muerte, del hambre y la pobreza pues lo que buscan en nuestra bien situada Europa es paz, refugio y auxilio. En cambio, estamos contemplando avergonzados cómo muchos países de esta vieja/nueva Europa se lo niegan, impiden o dilatan.
Desde la ilusión, hoy casi utopía, cuántos ciudadanos europeos quisimos construir “la Europa de los ciudadanos”; pero constatamos una vez más que nos hemos quedado en la Europa de los mercados; son éstos los que imponen las políticas que se deciden en las Instituciones europeas; y desde aquella utópica ilusión no se puede entender la lentitud en dar respuesta a las urgentes necesidades actuales de tantos miles de desplazados. Así gritaba hace unos días Mohamed, un sirio desesperado, junto a las vallas que separan Hungría de Serbia:“¡Ayudadnos, por favor. No tenemos dinero, no tenemos vida... no tenemos nada!" Este grito lo repiten, como un eco infernal, miles de desplazados a las puertas de esas vallas cada vez más altas y extensas en las fronteras de Europa.
Los que buscan refugio en nuestros países están padeciendo la degradación que emana de la guerra y la pobreza al rebajar a los desplazados (refugiados) al nivel de lotes humanos para una subasta de números: ¿cuántos entran en mi lote o cupo?; los europeos corremos también el riesgo de degradarnos por la pasividad de nuestros gobernantes. Los seres humanos son demasiado importantes para convertirlos en lotes de subasta; demasiado grandes para vivir sólo en razón del utilitarismo. Sabemos que el poder y el dinero mandan, que rigen el sistema, y lo aceptamos como un axioma más. Pero ¿no hay alternativa?; ¿debemos aceptar como inevitable un sistema que ahonda de una forma cada vez más salvaje y descarnada en primar el beneficio económico frente a la dignidad del ser humano?
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